miércoles, 26 de enero de 2011

Restos de ayer.

Un día cualquiera es uno de esos que parece que va a ser igual a todos los demás, pero siempre hay algo que lo hace "especial". Aca estoy yo, en mi sábado cualquiera, tildada, mordiéndome el labio inferior mientras miro fijamente a cualquier parte por la ventana, colgada, con mi música y mi pijama... Son esos momentos en los que quiero dejar que me invada la música y no pensar en nada ni en nadie (que no seas vos).
Minutos que transcurren con una lentitud desesperante, como si buscaran torturarme... ¿Por qué será que cuando queremos que el tiempo pase más rápido, parece detenerse y ser eterno? Sin embargo, hay momentos que deberían ser eternos (esos son los momentos en los que el tiempo vuela, el momento se escapa).
Y acá estamos, en esta primavera que no huele a primavera, dándome cuenta de que una no comprende las cosas, hasta que nos pasan. Yo nunca entendí a los melancólicos, ¿Con qué necesidad lloran y se cuestionan por momentos que ya pasaron, ya murieron? Y ahora, yo estoy atada a la melancolía, si pudiera volvería a vivir tantos momentos, una y mil veces, hasta cansarme.
Me enferma saber que todo lo bueno poco, muy poco. Los buenos momentos, las buenas compañías, se van tan rápido como llegan.

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